viernes, 24 de agosto de 2007

Españas

JOAN SUBIRATS en El País 24/08/2007

Estamos en una situación curiosa a pocos meses de las elecciones. El Gobierno afirma que todo va bien, la oposición afirma que si bien ciertos temas van bien, aunque podrían ir mejor, hay muchas cosas que van fatal. Y mientras, mucha gente en España no ve reflejadas sus preocupaciones ni por unos ni por otros. Seguramente, lo que está ocurriendo es que aumenta el número de personas que son cada vez más invisibles para las instituciones públicas. Desde mi punto de vista crecen los procesos de dualización social en España, y esa preocupante situación no tiene quien la canalice políticamente de manera adecuada. La situación económica es aparentemente mejor que nunca. El paro ha disminuido a niveles que resultan difíciles de recordar en la España democrática. Los indicadores macroeconómicos expresan una salud envidiable. Corre el dinero, se venden pisos, se exporta más que nunca, los bancos y las empresas españolas invierten en cualquier rincón del mundo. Pero, todo ello, como acostumbra a pasar, no se reparte o afecta de la misma manera a los habitantes del país. Al mismo tiempo que el bienestar general aumenta, se acrecienta el malestar particular de muchos. La sociedad española es más rica, pero es también más desigual. Más gente que no llega a final de mes. Más gente que se endeuda de manera creciente. Más jóvenes que no logran estabilizar su empleo, ni emanciparse de sus dependencias familiares. Más ancianos, y sobre todo ancianas, que se las ven y se las desean para poder seguir viviendo dignamente. Los inmigrantes sin papeles siguen estando en niveles de supervivencia muy básicos, y sin posibilidades de acceder a la condición de ciudadanos. Hay barrios en las grandes ciudades que tienen niveles de vida y de convivencia que están muy alejados de otros barrios de esas mismas ciudades (en Barcelona, las diferencias en renta familiar disponible entre el barrio de Besós Mar o zonas del Raval y zonas de Pedralbes es de 1 a 6). Crece sin parar la población reclusa en España, y los lugares de procedencia y los colores de la piel de los recluidos van concentrándose de manera inequívoca. Podríamos seguir.

Políticamente, esa realidad, que aumenta en vez de disminuir, no encuentra "voz" en el sistema institucional. Son personas, colectivos y territorios cada vez más invisibles. El mapa de la abstención en España es muy elocuente, si uno pasa de la macrocifra de la provincia o de la ciudad a la del barrio o de las secciones censales. Las correlaciones entre abstención electoral, nivel de estudios y de renta, asustan. La autonomía individual plena se consigue a través de la participación efectiva en la vida pública, y si bien ello no tiene por qué pasar estrictamente por ir a votar en unas elecciones, los políticos que acostumbran a centrar la capacidad de transformación social en la acción desde las instituciones no deberían mirar a otro lado cuando esa exclusión política acontece. La apatía política no es una causa sino una consecuencia de la falta de presencia activa de cada quien. ¿Es necesario recordar que política y cotidianeidad no son compartimientos estancos, y que por tanto, si tu día a día está lleno de sinsabores, problemas, marginalidades y exclusiones, difícilmente podrás imaginarte o pensarte como ciudadano sólo para ir a votar en unas elecciones llenas de mensajes simplificadores y de dramaturgias para iniciados? Uno es ciudadano, o sujeto activo, en política si lo es y se siente como tal en su vida cotidiana. La abstención selectiva, ese plus de ausencia de voz, no nos debería pasar por alto.

En este sentido, pienso que uno de los peores errores de un político es no ser capaz de recibir señales de su entorno. Si uno está en el Gobierno, ello puede ocurrir al producirse el llamado efecto group thinking, por el cual el líder queda cortocircuitado de lo que realmente ocurre, ya que la información le llega filtrada por un entorno que sólo transmite lo que resulta positivo, o coherente con la estrategia que ellos mismos han diseñado. Pero, puede también ocurrir que sea el propio líder el que "filtra" y descarta, de manera consciente o inconsciente, todo aquello que le resulta incómodo o contradictorio con su propia posición. ¿Ocurre ello en España? Si hacemos caso de lo que van diciendo el presidente Zapatero o el ministro Solbes, parecería que a veces ello es así. Y si observamos a la oposición que realiza el Partido Popular, no parece que ello le preocupe demasiado, enfrascado como está en el sonsonete del terrorismo, la fractura de España, el adoctrinamiento de los niños y jóvenes en las escuelas o los peligros que aparentemente corre la libertad religiosa. ¿Quién representa a los sin voz? Necesitamos un poco más de radicalidad democrática, recordando que democracia no es sólo el mantenimiento de unas reglas de juego y de representación determinadas sino que los valores que la democracia transporta, sus "promesas" (parafraseando a Bobbio), son también promesas de igualdad y de transformación social. El problema que tratamos de plantear no es estrictamente de sistema electoral. Evidentemente, sería mejor un sistema que combinara más personalización de la representación con mecanismos que aseguren que la proporcionalidad no se pierde. Pero el tema central no es ése. De lo que estamos hablando es de mejorar las condiciones de vida de la gente. Si estamos en lo cierto, a más igualdad, bienestar y educación, más participación. No basta que la gente se asuste con que va a ganar el PP, o que si gana el PSOE España se hunde. Sólo con temor no arreglaremos el tema. Necesitamos visión, convicción y sensación de que votando, mi vida, nuestras vidas, pueden mejorar. Si no recibimos esas señales, cambiando políticas y prioridades, acabaremos, de hecho, deslegitimando la propia democracia.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona

jueves, 23 de agosto de 2007

Cuidemos a Gallardón

Por Iñaki Ezkerra en La Razón
En la política española está pasando algo muy raro. Aquí todos hacen el papel opuesto para el que han sido designados. El Gobierno hace un papel de oposición metiéndose con el PP como si éste fuera el partido que gobierna mientras el PP se cree que es el PSOE y arremete todo el día contra Gallardón, o sea contra sí mismo. Sinceramente, no entiendo ese juego de ver la paja en el ojo de Gallardón, en el que están empleando unas energías dignas de mejor causa ciertos compañeros de su partido que tienen en el propio más vigas que el estadio Bernabéu. Cada vez que el buen hombre abre la boca -y es normal que la abra por ser quien es y porque estamos ante las generales más importantes e inciertas que ha habido en España después de las del 77- se tiran sobre él con unas ganas que, de ir dirigidas contra el Gobierno, ya habrían puesto fin hace tiempo a esta insufrible legislatura.
No sé si ha habido un punto de inoportunidad en esas declaraciones suyas tan polémicas en las que, por cierto, esquiva la pregunta sobre las listas en contra de lo que se está diciendo. Pero aunque así fuera no se entiende tanta agresividad contra el hombre que más votos se lleva en ese mismo partido que ha sido capaz de cerrar filas en torno a un Piqué que logró que surgiera Ciutadans en Cataluña o en torno a un Fraga que no supo presentar a un delfín que le sustituyera en Galicia -cosa que en su día sí supo hacer, paradójicamente, en la AP nacional-, o en torno a un Sanz que antepone su sillón a los intereses que -se supone- estaba defendiendo en Navarra. Si se cierran filas en torno a esos casos, ¿qué tiene el pobre Gallardón para no merecer una solidaridad semejante? Yo es que ya he oído hasta criticarle por sus méritos, por ganarse el voto gay en el barrio de Chueca pese a que el PSOE trajera el matrimonio homosexual. Sacas ese argumento y hay quien te suelta indignado: «-¡A ésos, a ésos será a los que les guste Gallardón!». Pues sí, a ésos y a los otros, a todos los que pueden hacer que las cosas cambien en este país.
Luego están los ecuánimes que te dicen cosas como «lo que tiene que hacer Gallardón es trabajar para dar votos al PP». Como si Gallardón no trabajara, como si no llevara treinta años en ese partido, desde su fundación, y no hubiera ganado cuatro mayorías absolutas; como si no hubiera dejado Madrid irreconocible con esos impresionantes y emocionantes y sobrecogedores túneles de la M-30 o de la Castellana que son sencillamente una obra faraónica; como si no hubiera convertido el poblachón de la verbena de Tierno en una elegante y grandiosa ciudad de diseño. Hay quien no ha entendido que Gallardón no aspira a ser presidente sino que es un faraón. Cuidémosle. Uno si fuera Rajoy no diría de él, como dijo después de las municipales: «En el PP tenemos mucha gente válida». No diría eso porque no tiene el PP tanta gente válida y por eso les va como les va. Uno si fuera Rajoy contrataría a Gallardón para que empezara a hacer ya uno de esos túneles que él sabe hacer hacia La Moncloa. Porque, si es por lo que se ve hoy a la luz del día, el PP no gana las generales ni con la ayuda de Maleni.

Estrategia popular (M.J. Navarro)

He estado observando detenidamente a Esperanza Aguirre (maravillosa foto que adornaba la impagable portada de LA RAZÓN) saltándose una red de padel con la destreza de un monosabio, sujeta a su raqueta, controlando sutilmente cada pliegue de su falda estampada, descalza como una ninfa, sin temor al espolón ni al ojopollo, y he llegado a la conclusión de que Gallardón no se merece un escaño. A Gallardas no le veo yo encaramado con la misma donosura a ese límite sagrado del deporte medio burgués, y mucho menos, elevando su sayón con semejante gracia y desparpajo. Gallardón no se merece un escaño. Después he visto la fulgurante estampa de Acebes, que es un cascabel, un sonajero, una tintineante campanilla, un tío de jajájajá, paseando por Marbella su tipín, y he rumiado para mis adentros que Gallardón no se merece un escaño en el Congreso. A Gallardón no le veo yo en esas impactantes ruedas de prensa del secretario general, tan de titular, tan de sí y al mismo tiempo tan de podría ser. Gallardas no puede estar en el Congreso. Jamás estaría tan moreno como Zaplana. Jamás haría el humorismo de Pujalte. Jamás. Todos sus aplausos se tornarían, a los ojos de sus correligionarios, en aceradas críticas, y todas sus aceradas críticas, en pasadas de la mano por el lomo. Gallardón lo que tiene que hacer es ocuparse de Madrid, que después de tanta mayoría absoluta y de arrasar, y de cepillarse a los rivales, no se cómo se le ocurre no estar sobre las cosas en las que tiene que estar. Meterse en obras y tal. Gallardón lo que tiene que hacer es ir a las verbenas y aprender a comerse un bocadillo de gallinejas, que ya verás que popular se hace en Génova, valga la redundancia. Y decir lo de la locomotora de España, y frases de dudoso calado, y pensadas casi por el que ideó «Que vienen los socialistas» de Pajares y Esteso. Y si tiene aspiraciones, que se aplique la plancha, bien caliente entre los muslos, que ya verás cómo se le pasa de golpe la tontería. Hooombre, ya, tanto talento, tanto talento. Pues que lo embotelle. Con las listas electorales que hay, que no las conoce ni Perry, y ahora vamos a colocar a Gallardas. Quiá, que diría el castizo.